"El año 1928 fue para mí muy triste en lo tocante al ámbito familiar. Contaba con casi 7 años y en marzo de ese año nació mi hermano pequeño que murió a los 28 días.
Por otra parte, hubo un cambio sustancial en la escuela. Tras una convocatoria para proveer vacantes de maestros interinos por maestros nacionales propietarios de la plaza, una de las cuales era la de Turra, se produjo el cambio.
Se le adjudicó a don Lorenzo Rogado, natural de Villar de Gallimazo, pueblo perteneciente al partido judicial de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca). Este señor venía de Belalcázar (Córdoba), donde
Belalcázar
había estado ejerciendo. Como vio que podía acercarse a su tierra, solicitó la plaza que le fue concedida.
Llegó al pueblo para ver en qué estado estaba la escuela, vivienda y todo lo concerniente al servicio que iba a ejercer.
No había casa y pidió un lugar dónde quedarse si querían que siguiera en el pueblo. De momento, el alcalde pedáneo, que en ese momento era Victoriano Bonilla (el dios, como se le apodaba), le dijo que él le podría hospedar en su casa hasta que el ayuntamiento le hiciera una para que viviera con su familia y don Lorenzo aceptó el ofrecimiento.
Imagenes propiedad de Mª Concepción Curto Ciudad
Fue un maestro muy duro, con su varita siempre en ristre, pero a su manera nos quería mucho, más si nos esforzábamos. Cuando nos pillaba haciendo alguna trastada, ya nos podíamos preparar. Nos tenía más derechos que un huso, pero aprendimos todo lo necesario para podernos desenvolver en la vida, estimulándonos a su manera y aprendiendo a respetar y a ser honrados por encima de todo.
Recuerdo que un día apareció un inspector de educación y preguntando al azar, me tocó responder a mí. Al hacerlo correctamente, después de marcharse el inspector, don Lorenzo empezó a abrazarme llorando y me dijo que no podía imaginar lo que había hecho por él contestando correctamente. Eso se me grabó en el corazón y, aunque entonces su actitud me sorprendió, hoy puedo entender lo que debía suponer para un maestro de escuela, en aquella época, que un inspector se llevase una buena imagen del maestro a través de sus alumnos.
Había niños muy inteligentes que, en estos tiempos, habrían llegado muy lejos. Otros, no tanto. Pero entonces comenzaron muchas revueltas a consecuencia de la proclamación de la República, las masas obreras eran violentas y las comunicaciones para acudir a Salamanca no eran muy buenas.
Yo tuve un problema en un ojo, unas úlceras. Aunque mi tío era un gran médico en Salamanca, casado con mi tía Carlina y presidente del Colegio de Médicos y me vieron oftalmólogos muy competentes, perdí la mayor parte de la visión de ese ojo y tuve que faltar desde septiembre de 1930 a junio de 1931 a la escuela, por las continuas visitas a los médicos de Salamanca. Después ese tiempo perdido lo recuperé con creces. Eso no ha impedido que haya podido leer con el otro ojo toda mi vida y ese gusto por la lectura se lo debo a don Lorenzo y a mi familia.
Sus restos reposan en el cementerio de Turra sin lápida ni estela funeraria, ni siquiera un túmulo, pero su recuerdo perdurará siempre en mi corazón".
Después de este maestro vinieron a Turra muchos otros, unos buenos, otros mediocres y otros nefastos que hicieron mucho daño a algunos niños, quitándoles los libros que concedía el Ministerio de Educación para dárselos a otros a escondidas, dependiendo de los regalos que les hicieran los padres o la comida que les llevaran. Como suele decirse, "se vendían por un plato de lentejas". Por suerte, fueron los menos. A algunos de estos, el tiempo les pasó la factura.
Después de este maestro vinieron a Turra muchos otros, unos buenos, otros mediocres y otros nefastos que hicieron mucho daño a algunos niños, quitándoles los libros que concedía el Ministerio de Educación para dárselos a otros a escondidas, dependiendo de los regalos que les hicieran los padres o la comida que les llevaran. Como suele decirse, "se vendían por un plato de lentejas". Por suerte, fueron los menos. A algunos de estos, el tiempo les pasó la factura.