"Corrían los años 20 del siglo pasado. La escuela era un lugar lleno de goteras, grietas en las paredes y dos pequeñas ventanas por las que apenas pasaba la luz suficiente para los fines a los que estaban destinadas.
El pavimento era de madera desajustada en varios tramos e incluso, en algunos sitios, estaba partido". Este era el lugar primitivo destinado a la enseñanza. Hoy seguimos conservando este local, rehabilitado por el buen hacer de los alcaldes de nuestro pueblo y destinado a celebrar las reuniones, festivas o no. Gracias por mantener viva "la escuela" de tantos recuerdos.
El pavimento era de madera desajustada en varios tramos e incluso, en algunos sitios, estaba partido". Este era el lugar primitivo destinado a la enseñanza. Hoy seguimos conservando este local, rehabilitado por el buen hacer de los alcaldes de nuestro pueblo y destinado a celebrar las reuniones, festivas o no. Gracias por mantener viva "la escuela" de tantos recuerdos.
Durante muchos años, los maestros dependían de los municipios, de ahí proviene el refrán de "pasar más hambre que un maestro de escuela". Os dejo que saquéis vuestras propias conclusiones.
"Cuando fui por primera vez a la escuela, el maestro era un señor del pueblo. No era titular de profesión. Hacía algunos años que vivía en Turra, pero su procedencia era de Chagarcía Medianero. Hijo del secretario titular del Ayuntamiento de este pueblo, estaba casado. Su mujer era F.S., natural de Carpio Medianero, provincia de Ávila y limítrofe del anterior.
Las actividades que ejercía eran múltiples: maestro, secretario de la Junta Administrativa (ayuntamiento), barbero, encargado del toque de las campanas para los distintos acontecimientos (el amanecer, las doce del medio día, el cese para que los trabajadores fueran a comer y al atardecer, las horas de oración y por actos religiosos como el rezo del Santo Rosario, toque de difuntos, repique de campanas para las fiestas o un toque especial cuando había algún fuego (para que los lugareños y de los pueblos limítrofes se reunieran para ayudar al que sufría tal desgracia). Además tenía un pequeño huerto próximo a la escuela. A veces nos dejaba solos en la escuela para atender a algún cliente, lo que daba lugar al mayor alboroto posible. Ese desorden lo comenzaban los mayores, aprovechando a fumar arrancando alguna hoja de los libros que no se usaban y la paja de las algarrobas que se filtraba del pajar del señor C.B., colindante con la escuela. Cuando llegaba el maestro, no se le veía por la cantidad de humo que había, que mas parecía un chozo de monte que una escuela. Esto daba lugar a alguna paliza, empezando por los mayores que eran los autores y terminando por lo pequeños acusados por los otros. Y así terminaba la jornada escolar del día, ¡tan calentitos!
Estas eran las causas de que varios días, los que éramos más pequeños, a los que nuestros padres nos creían en la escuela, buscábamos algún lugar donde quedarnos jugando y no entrar en ella. El maestro se quejaba a nuestros padres.
Debido a las continuas quejas y al cansancio que esta situación producía en el pobre maestro (una gran persona), se produjo el cambio.
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