Cuando uno ha vivido su niñez y las vacaciones escolares en un pueblo como Turra de Alba, el cariño que sientes por él, por cada rincón, te evocan múltiples recuerdos también asociados al sonido de las campanas de la Iglesia de San Juan.
Cuenta mi padre como siempre había alguien en el pueblo encargado del toque de campanas. En cada momento del día o dependiendo de como se tocaran, su sonido era una lengua viva.
Se tocaban al amanecer, a las 12 del mediodía para rezar el ángelus. También para que los trabajadores dejaran sus tareas y volvieran a casa a comer o al atardecer. Se tocaban para acudir a rezar el rosario a la Iglesia. El sonido alegre del repique de campanas significaba día de fiesta o víspera de ella. ¡Que ilusión nos hacía cuando éramos pequeños!
Había otros sonidos lentos y tristes. Cuando tocaban por la muerte de alguien, parecía que las campanas llorasen en cada toque del badajo.
Un recuerdo especial que me lleva a pensar en mi madre era cuando la sentía temblar y su voz se quebraba, en verano sobre todo, cuando tocaban con tal rapidez y fuerza que sólo podían transmitir un mensaje: ¡fuego! Todavía recuerdo con claridad cuando se incendió la casa del señor Victor, el dios. Era mediodía y desde la escuela pudimos ver el humo. Emiliano y el señor Victor estaban durmiendo la siesta.Ver como el pueblo unido acudía en su ayuda, como sonaban las campanas y venían gentes de otros pueblos, me impactó de tal manera que pasé muchas noches sin poder dormir o con pesadillas.
Los fuegos del verano en las tierras de cereales eran tan comunes que mi madre se asomaba mil veces y olía el aire. Al mediodía, a la hora de la siesta y por la noche. Iba a las eras, sigilosa, para que no nos enfadáramos con ella. Nos decía muchas veces lo duro que sería ver arder tu casa o perder por el fuego el fruto del trabajo de todo un año en las tierras y si estabas dormido...
Y es que el sonido de las campanas nos hablaba de humanidad, de seres iguales unidos para ayudar.
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