En diciembre de 2019, hablaba con mis compañeros de trabajo sobre que depararía el próximo año 2020. Les decía que, en principio, no me gustaba por ser año bisiesto. Entonces se rieron de mí, pero ahora se acuerdan de mis palabras y sólo desean, como todos que pase. Mi amiga vasca, opinaba lo mismo que yo. Temerosa me decía que siempre habían tenido alguna desgracia familiar en año bisiesto. Y no hemos sido las únicas en opinar así. Es posible que sea pura casualidad, pero la realidad del año que está a punto de terminar, nos ha dado la razón.
Cuando pienso en todos los conocidos que han fallecido este año, haya sido por covid o por otras causas, pienso en los silencios de mi padre cuando se entera de un nuevo fallecimiento, más si encima es de Turra o de algún pueblo cercano. Tristeza por tantos recuerdos que han dejado en su memoria y en la de todos los que les conocimos y silencios por su edad, más jóvenes todos que él.
A veces pienso que las personas mayores, muy mayores, ante situaciones de pérdidas familiares o de amistades, lo relativizan todo, sienten un dolor profundo pero al mismo tiempo sosegado. Quizás sea por la edad, por esas conexiones neuronales que se van rompiendo con los años y que, lo mismo que afectan al gusto o al oido, afecten a los sentimientos. Quizás también porque han sufrido tanto a lo largo de su vida, han luchado tanto, que miran a la muerte de frente, sin miedo, con una tranqulidad y una paz interior que sólo la tienen quienes han vivido con honradez y con un amor tan grande hacia sus familias por las que han luchado para sacarlas adelante en tiempos muy duros.
A esas generaciones pertenecían las señoras Luci, Encarna, María y el señor Antonio fallecidos en este año horrible y todos aquellos que antes murieron y que nos dejaron tantos recuerdos.
Cuando pienso en toda esa generación, maravillosa generación, luchadora, que dieron todo por sus hijos y por su país, que nos enseñaron los principios más elementales de convivencia pacífica y que miraban al futuro con esperanza dejando atrás el dolor del pasado, como han quedado abandonados ante la pandemia en residencias, siento ganas de gritar, de sacudir como a un saco a estas generaciones de jóvenes (no todos, por suerte) que han puesto en peligro a tantas personas, sus abuelos o sus padres, sin sonrojarse, tan sólo por alimentar y dar satisfacción a sus egos, caiga quien caiga. Ante ese abandono por parte de políticos, del color que sean, que nos manipulan, que sólo desean que estemos divididos, llenos de odio y desprecio hacia todo lo que con tanto esfuerzo construyeron nuestros padres. Dan ganas de vomitar.
2020, anno horribilis en muchos sentidos, (salvo por tanta solidaridad y trabajo de grandes profesionales), por tantos muertos, por unos políticos de verguenza que no se ponen de acuerdo y sólo buscan hacer realidad ese dicho de "a rio revuelto, ganancia de pescadores" (los pescadores, ellos) que con su ineptitud han sumido a nuestro país en la miseria más absoluta.
Que ganas de que pase este año. Que ganas de pensar que esto sólo ha sido un mal sueño. Que ganas de abrazar a nuestros padres, los que aún tenemos la suerte de tenerlos y vamos a pedir para 2021 y para los siguientes, mucha salud, que acabe este caos total, que los jóvenes y algunos no tan jóvenes empiecen a aprender responsabilidad, que la palabra nuestro se anteponga al yo y que los políticos se dediquen a goberrnar para todos, unidos ante una Constitución que no nos subyuga sino que nos hace vivir en paz.
Que así sea.
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