Hace unos días leí un artículo de
una psicóloga que señalaba que “uno
siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida”. Joaquín Sabina en su
canción “Peces de ciudad” dice que al lugar donde has sido feliz no debieras
tratar de volver. No le falta razón en cierto sentido, porque volver al lugar
que marcó tu vida, a veces supone un trauma porque ha cambiado tanto que ya no
es el lugar que quedó en nuestro recuerdo cuando nos fuimos de allí. Un
recuerdo idealizado que ahora se aparta mucho de la realidad y que, a todos
aquellos que un día se fueron y no han vuelto hasta ahora, les supone vivir
sentimientos encontrados, aunque sean pasajeros y les hace sentir fuera de
lugar, extraños en su propio lugar de nacimiento.
Sin embargo, en las localidades
pequeñas, los lugares no se han modificado tanto y sus olores, a la hierba
recién cortada, a la paja, a tierra mojada después de una tormenta, nos
remontan a nuestro pasado y a los recuerdos más felices de nuestra niñez.
Decía esta escritora que, “en
persona o en imaginación, pero siempre se vuelve, porque en esos viejos sitios
se amó la vida y se vivió intensamente la inocencia”. Uno siempre vuelve para
ilusionarse con algo, para compartirlo, para demostrarse que con la fuerza que
le transmite, podrá hacer cualquier cosa, para dejar por unos días o momentos
la pesada mochila que llevamos a nuestra espalda.
“Uno vuelve a ese lugar para
decirse a si mismo y gritar al mundo que ningún otro logró hacerle sentir lo
mismo. Con personas, sensaciones y sucesos muy parecidos, pero la forma en la
que alcanzaron su corazón nunca fue igual”
Cuando vuelves, a veces nos
mordemos las lágrimas ante cualquier recuerdo inesperado que te azota el
corazón como un látigo al recordar a personas que ya no están pero que sigues
sintiendo tan cerca su presencia, sus risas, su alegría y que con su fuerza te piden que seas feliz, que mires
hacia delante. Te dicen que anclarte en el pasado es como correr tras el viento
y no disfrutar del presente.
Ese lugar, nuestra querida Turra,
brilla más después de saber que le hemos guardado fidelidad, que con nuestra
forma de actuar libre, a veces rebelde y apasionada y en otras ocasiones de
forma anárquica e imprevisible le hemos hecho un regalo porque queremos a este
lugar, pequeño, con unos parajes casi salvajes donde los árboles y la maleza
crecen a su aire, sin control pero que nos aporta la suficiente energía para el
resto del año.
Y a nuestro querido pueblo le
daremos vida, la que tuvo entonces y la que tendrá en el futuro, cada año más,
porque los amigos del Reencuentro queremos que así sea, vendremos cada año
muchos más y compartiremos nuestras opiniones y nuestras risas sin reservas,
sin prejuicios, sin límite de edad, sólo
un talante abierto y acogedor y un corazón abierto a la amistad y a la
diversidad, sea por San Benito, San Juan o el Domingo del Señor.
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