jueves, 29 de agosto de 2019

RAÍCES

Hace unos días leí un artículo de una psicóloga que señalaba  que “uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida”. Joaquín Sabina en su canción “Peces de ciudad” dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. No le falta razón en cierto sentido, porque volver al lugar que marcó tu vida, a veces supone un trauma porque ha cambiado tanto que ya no es el lugar que quedó en nuestro recuerdo cuando nos fuimos de allí. Un recuerdo idealizado que ahora se aparta mucho de la realidad y que, a todos aquellos que un día se fueron y no han vuelto hasta ahora, les supone vivir sentimientos encontrados, aunque sean pasajeros y les hace sentir fuera de lugar, extraños en su propio lugar de nacimiento.

Sin embargo, en las localidades pequeñas, los lugares no se han modificado tanto y sus olores, a la hierba recién cortada, a la paja, a tierra mojada después de una tormenta, nos remontan a nuestro pasado y a los recuerdos más felices de nuestra niñez.

Decía esta escritora que, “en persona o en imaginación, pero siempre se vuelve, porque en esos viejos sitios se amó la vida y se vivió intensamente la inocencia”. Uno siempre vuelve para ilusionarse con algo, para compartirlo, para demostrarse que con la fuerza que le transmite, podrá hacer cualquier cosa, para dejar por unos días o momentos la pesada mochila que llevamos a nuestra espalda.

“Uno vuelve a ese lugar para decirse a si mismo y gritar al mundo que ningún otro logró hacerle sentir lo mismo. Con personas, sensaciones y sucesos muy parecidos, pero la forma en la que alcanzaron su corazón nunca fue igual”

Cuando vuelves, a veces nos mordemos las lágrimas ante cualquier recuerdo inesperado que te azota el corazón como un látigo al recordar a personas que ya no están pero que sigues sintiendo tan cerca su presencia, sus risas, su alegría y que con su  fuerza te piden que seas feliz, que mires hacia delante. Te dicen que anclarte en el pasado es como correr tras el viento y no disfrutar del presente.

Ese lugar, nuestra querida Turra, brilla más después de saber que le hemos guardado fidelidad, que con nuestra forma de actuar libre, a veces rebelde y apasionada y en otras ocasiones de forma anárquica e imprevisible le hemos hecho un regalo porque queremos a este lugar, pequeño, con unos parajes casi salvajes donde los árboles y la maleza crecen a su aire, sin control pero que nos aporta la suficiente energía para el resto del año.

Y a nuestro querido pueblo le daremos vida, la que tuvo entonces y la que tendrá en el futuro, cada año más, porque los amigos del Reencuentro queremos que así sea, vendremos cada año muchos más y compartiremos nuestras opiniones y nuestras risas sin reservas, sin prejuicios, sin límite de edad,  sólo un talante abierto y acogedor y un corazón abierto a la amistad y a la diversidad, sea por San Benito, San Juan o el Domingo del Señor.




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